miércoles, 30 de diciembre de 2009

HD2C- Fragmento II: Las batallas perdidas en el desierto

Alguna vez hace no mucho tiempo me reclamaste precisamente el porque te dejé de hablar repentinamente en segundo semestre. La razón es muy simple en verdad; no fue que me hubieras hecho algo o que de la nada me hubieras caido mal. Simplemente quería olvidarte. Arrancar esa parte ilusa de mi que se había fijado en tí, como se arranca la rama seca y enferma de un arbol para salvarle la vida. En pocas palabras, quería finjir que nunca había sentido más que amistad por tí e intentar seguir tratándonos como siempre en cuanto me hubieran cerrado las heridas. Me dio mucho miedo que pasara lo mismo que con la CCHera, que al declararle mi amor, cambió abrúptamente de considerarme uno de sus mejores amigos a tratarme con la punta del pie.

Ante esto, y luego de mucho meditarlo y consultarlo con mis amigos, sentí que distanciarme un poco sería  lo mejor. Creí ingenuamente que poco a poco las lágrimas borrarían los recuerdos, el deseo o al menos trataría de engañar al alma, disfrazando a la soledad con un segundo intento con la CCHera, quien -no abiertamente, pero las indirectas eran claras- me seguía rechazando. Una vez más confundí el bálsamo con el veneno, como dijeran algunos de mis amigos.

Por esto, empaqué mis cosas y comenzó lo que denomino “cruzar el desierto”; que no es nada más que alejarme a meditar en lugares solitarios. Vagando por la cuidad mientras evaluaba todos los factores que se envolvían en esa delicada maraña de argumentos. Encontrarme a mi mismo y discutir sobre lo que es bueno y es malo. Creí haberlo superado e incluso me puse a prueba un par de veces, como cuando me colé a una de tus clases de cálculo, con el “magnífico” profesor Cangas e incluso tomé tu mano una vez más entre la mía, como para demostrarme que el fuego ya se había extinto.

En otro frente, seguía rogando a la CCHera por un tipo de amor que jamás me tuvo ni me tendrá. Surgieron muchos problemas por esto y las discusiones eran más que frecuentes. Llegó un momento en el que ella iba a la facultad varias veces a la semana para terminar proyectos que nos dejaban en un curso sabatino. Me sentía en medio de la gloria y el infierno... Ni totalmente derrotado, ni con la victoria entre mis dedos... Intentando por un lado quitarme esa imagen tuya que yo mismo había hecho y a la vez intentando ganar una batalla perdida hacía mucho tiempo, a la espectativa y sin avanzar como los soldados alemanes cuando el avance del ejército nazi en la cuidad de Stalingrado. Con la esperanza rota, pero pegada por un poco de cinta de aislar.




Finalmente sobrevino la capitulación, donde tuve que retirar completamente mis fuerzas del frente en el CCH. Discutimos como nunca lo habíamos hecho por alguna niñería que realmente no recuerdo y terminamos bloqueándonos en el messenger y sin dirigirnos la palabra para nada. Quedó muy claro para mí que jamás habría nada más que una amistad -si lograba la reconciliación- con ella. La cinta de aislar al fin se había roto; mi corazón se estrelló de lleno contra el suelo y se hizo pedazos.

Ahí empezó la parte decisiva de esta historia. En este punto tuve que haber tomado dos fuertes decisiones que hubieran cambiado el rumbo de la historia, y finalmente decidí no hacer nada. Así como así, a medio camino de cruzar el desierto di media vuelta y me regresé como un cobarde justo por donde había llegado; sin haber completado el viaje, sin haber aprendido mis lecciones y sin conjetura alguna. Ni me encontré conmigo ni rectifiqué nada. Sólamente me decidí a enterrarme vivo en una montaña de deberes y obligaciones como manera de barrer mis problemas como el polvo que ocultan bajo la alfombra...

Fue como una época de oscurantismo. Me olvidé de mi vida no-profesional. El ingeniero quiso asesinar al poeta. Lo tuvo amordazado mucho tiempo y pensó que en verdad había ganado (eso se muestra en el texto “Simbolismos”, anteriormente publicado en este blog), pero al final no pudo, porque ambos son un todo y uno no puede sobrevivir sin el otro. Tanto fue que puse en riesgo mi salud por la falta de descanso y también la vida académica por una profunda depresión a la que vergonzosamente caí. Sin embargo, fue una resistencia férrea la que emprendió el poeta para regresar a su lugar y seguir con los intentos de escribir el pergamino que finalmente me atreví a entregarte.

Es por eso que en segundo semestre casi no me viste. Porque tenía miedo que el fuego que yo suponía extinto no lo estuviera del todo, y efectivamente seguía ardiendo clandestinamente. Ya no sólo me gustabas sino que llegó un punto en el que ya no podía dejar de pensar en tí...



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