miércoles, 30 de diciembre de 2009

HD2C- Fragmento I: De lucha libre y retiradas...


Era un lunes -recuerdo que era frío y gris- cuando me decidí a hablarte luego de haber pasado más o menos la mitad del semestre en el anonimato. Si no mal recuerdo estábamos en las bancas debajo de la torre norte del anexo de Ingeniería. Siempre te me habías hecho una chica linda y tierna, casi como una muñeca de porcelana de esas que ponen en el aparador. Simplemente algo tan hermoso, que dudé que fueras en esta Facultad. En verdad me alegraba el corazón ver esos ojitos tuyos escrutando el universo.


Por alguna extraña razón me diste mucha confianza desde el primer momento y te conté que me la había pasado. Te narré brevemente la razón de mi abatimiento y tu me escuchaste. Según yo, mi novia me había dejado por mi mejor amigo, lo cual era parcialmente cierto, pues a la chica que le había dado mi corazón estaba realmente enamorada de uno de mis amigos más cercanos. Sentí un enorme desahogo al compartir mis penas contigo y desde ese momento intuí que sabías curar almas destrozadas...


Me pareciste aún más linda que cuando simplemente te veía de lejos. Mi primera impresión de ti, precisamente fue de que no pertenecías precisamente a este mundo; que eras una especie de ser mágico que por alguna extraña razón había encarnado en un cuerpo humano, quizas por curiosidad o para aprender una lección. Un hada que por convicción propia se había colado entre la humanidad, ya fuera por ponerlos a prueba o a aprender alguna lección. Aún al momento de escribir esto, no estoy muy seguro del porque.


Luego un día te vi dibujando y me quedé asombrado con un hada que habías hecho a lapiz. Los detalles, la proporción; todo era maravilloso y te pedí que me dibujaras una para mi. Lo hiciste y ese dibujo aún lo guardo como algo hermoso. Una rosa que nació en la aridez de un cuaderno de Geometría Analítica.


Pero en efecto, ya desde el primer semestre me habías gustado y mientras más te conocía más me gustabas. Pronto me enteré de que tenías novio y me sentí profundamente desalentado, sin embargo, sentí que había algo de esperanza, pues tú renegabas de él. “Mi novio es un tarado” llegaste a decir. Yo te dije, medio en broma medio en serio (como para no hacer esperanzas vacías) “déjalo” y desde ahí empezó todo... En ese momento, fue que ilusamente pensé que podría derrocarlo en unos cuantos movimientos y darte toda la felicidad que -según yo- él te debía...


Luego nos empezamos a juntar mucho más. Recuerdo con mucho cariño esas clases que pasábamos como compañeros de banca en las lecciones de química. La pobre profesora dando su enésimo intento de dar una clase decente y tu y yo echando relajo, hablando por messenger -que no era más que un humilde trozo de papel en el que escribíamos debrayes- y haciendo historias como la de “hidrogenito”. Fue precisamente a través del messenger que te confesé lo que ya sabías, aunque no lo dijeras. En un juego de ahorcado escondí la frase “Me gustas” y tu lo lograste descifrar. Luego en el metro cuando me hincaba a besar tu mano enfrente de todos... esos momentos y muchos otros momentos, los atesoro con mucha alegría... Me sentí capaz de cualquier cosa que me pidieras... de llenarte de besos y abrazos que no sabía como aterrizar.


Fue una época muy hermosa. Recuerdo que entonces no me importó mucho el rechazo de la cchera, pues al fin creí ver un poco de luz al final de mi camino. Al fin creí tener algo de esperanza. Pensé que podría de algún modo hacerte feliz. Comencé a creer que podría darte todo el amor que te mereces... que dentro de mi mar de derrotas, aún había una isla que me salvara de la tormenta...


Hasta recuerdo en específico, un día lleno de viento que arrancaba las hojas de los árboles, ya marchitas por el otoño. Estábamos tirados en el pasto y me daban unas enormes ganas de probar tus labios furtivamente, por vez primera. Te lo dije, que existía una parte malvada en mí que no podía contener. Ese lobo estepario, sediento y hambriento, al que la vida lo había hecho siempre a un lado; que siempre se había quedado con las ganas. Te acorralé contra un arbol y cuando te tuve a unos muy escasos centímetros fue cuando mi parte buena retomó el control y me di cuenta que antes que todo debía pensar las cosas muy bien antes de actuar. Sentí una vez más la duda y el remordimiento mordiendo mi nuca y apartándome de ti.


Compartimos series de ánime y en una de esas -School Rumble- había uno que trataba sobre una chica muy tímida que le quería declarar su amor a un chico y al no poder decirselo de frente recurre a indirectas que él no recibe. Entonces decide escribir un pergamino.


-¡Esa era la solución!- pensé la tarde en la que vi ese capítulo. Si no me falla la memoria, a unos cuantos días del día de muertos puse manos a la obra. Sentía que lo que escribía no valía la pena e intenté muchas veces comenzar de nuevo. Ese pergamino debía ser lo mejor que hubiera escrito en la vida y sentí que ninguna de sus versiones me convencía y conforme iba incinerando a sus antecesores, ya estaba comenzando a escribir una nueva versión en un ciclo de nunca acabar. Tanto fue, que se convirtió en una suerte de obsesión que no finalizaría en un largo tiempo.


Luego vino ese fatídico día en el que te acompañé al metro copilco, donde te esperaba tu novio. Ese día muchas cosas cambiaron dentro de mí. Lo vi e inmediatamente comprendí que no podría competir contra él. Físicamente era mucho mejor y yo entonces sentí que no te merecía. Fue entonces cuando emprendí mi retirada. Tímidamente los vi por la ventana del metro que avanzaba, ustedes tan felices y yo intentando en cada lágrima darme paz...


Fue un invierno de esos en los que, si hubiera nevado en este país, me hubiera gustado arrancarme el corazón y simplemente enterrarlo en la nieve hasta que dejara de latir...




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