domingo, 22 de marzo de 2015

Sembrador de calabazas

En los vestidores, el equipo Kurdistaní se preparaba con su galante primer uniforme, con base en blanco y vivos rojos en el pecho, con adornos laterales en gris; el short totalmente blanco, con una raya vertical en la lateral de cada pierna; así como las calcetas blancas con 3 rayas horizontales grises a la altura de las espinillas. Saltarían al campo con todo, menos con su delantero estrella.

     -Fidencio, quiero hablar contigo...- Le dijo Mauler, el director técnico del equipo al joven, al salir del vestidor.
     -¿Qué pasó?... Dime...- Respondió el delantero, pasando sus dedos por su crecida y cerrada barba, intrigado por el suspenso.
     -Mira hijo, me llegó un comunicado, la cosa es muy seria, estoy seguro que ya lo sabes...

Fidencio se quedó petrificado con los ojos en el suelo e incapaz de contestar en ese momento. Sólo se aclaro la garganta lo suficiente para una palabra:
     -Entiendo...
     -En este partido vas a ser suplente. No podemos darnos el lujo de meterle más polémica al partido...
     -Pero... son exageraciones... Tú me conoces de más de 4 años... ¿Qué onda?
     -Si te creo o no, es irrelevante. Tuvimos que dividir las barras de cada equipo con mallas ciclónicas y varias decenas de granaderos para que no se destripen al final... ¿Quieres echarle más leña al fuego?
     -Bueno, está bien... Es tu equipo...- Le contestó el astro desencajado y apenas de pie por el temblor que dominó sus rodillas. Sería aún más difícil su camino a las bancas.

Con el Camp Nou a reventar, la selección de Serbetistán saltaba así mismo, al campo, con sus colores totalmente azúl marino con vivos en color dorado. El mundo entero sintonizaba también por sus pantallas -tanto humildes, como enormes despliegues de plasma capitalista- la final más polémica que nunca se había jugado sobre la tierra. Dos naciones que llevaban casi un cuarto de siglo peleando a muerte por razones políticas muy complejas; dos naciones que alguna vez fueron una sola y próspera civilización hasta que ideas separatistas y extremistas llegaron a un sector de la población que necesitaba desesperadamente creer en algo.

     -Señoras y señores, es un verdadero privilegio estar esta tarde con ustedes en esta final de la copa del mundo. Tenemos un partido totalmente electrizante entre los seleccionados de Serbetistán contra sus homólogos de Kurdistán. El público está convulsionando con emoción y espero sinceramente que predominen el buen fútbol y la pasión del deporte y el juego limpio.
     -Así, es mi querido Lucas, esperemos que todo salga bien.

Ambos narradores compartieron la alineación de ambas escuadras, haciendo notar la ausencia del delantero estrella kurdistaní: sin duda alguna debía ser por la polémica que había surgido hacía algunos días en redes sociales. A pesar de la gigantesca importancia de este partido, Saenz permanecería en la banca, como relevo.

     -Bueno, probablemente es para que Skinner comience a sentirse en confianza siendo titular, ¿No?. Es joven; sería la primera vez que esté a cargo de la ofensiva kurdistaní.
     -Esperemos que haga un papel brillante y que no vaya a sembrar calabazas.

En los megáfonos tocaron los himnos nacionales de cada país, para respeto de unos y burla de los contrarios; los ánimos comenzaban a caldearse y el balón todavía no daba ni su primer bote. Los granaderos aguardaban, algunos con los cascos ya bien puestos y otros lanzando advertencias a los aficionados en los extremos de cada lado del estadio.

Cada quien tomó su posición en la cancha, con el árbitro central entre ambos capitanes, se realizó el volado para ver quién tendría la posesión del balón. Hummels, el sempiterno capitán kurdistaní ganó el volado y por razones políticas se saltaron el cambio de banderines. Cerraron la formalidad con un breve apretón de manos y un intercambio de miradas asesinas con Ströker, su homólogo Serbet.

Fue un primer tiempo de locura. Afortunadamente la rivalidad no tomó tintes necesariamente violentos, pero predominó el uso del cuerpo, los empujones en los tiros de esquina, barridas y jalones de camiseta. Se repartieron las primeras 3 tarjetas amarillas para cada equipo en un tiempo récord. El árbitro auxiliar pitó el final, anunciando el medio tiempo. Mauler esperaba a sus muchachos en los vestidores con los nervios de un cero a cero y el traje gris oxford completamente desaliñado.

     -Muy bien, muchachos. Necesitamos meter el gol decisivo. Quiero que ataquen como si no hubiera mañana.

Fidencio pensó que él podría hacer la diferencia, pero estaba tan desmotivado por el hecho de no ser titular en un partido tan importante que no dijo nada y se quedó mirando su celular con la sudadera tricolor y el pants aún puestos, sentado en una banca de los vestidores mientras los demás se duchaban, lo más lejos de los otros suplentes que pudo. No había intercambiado palabra con nadie durante los primeros 47 minutos del encuentro.

     -Muchacho, contigo quería hablar.
     -Sí, ya sé, ya sé, ya lo he leído todo en redes sociales. No sé qué pensar... ¿Tú les crees?... Es lo más amarillista que he leído en mi vida...

“Fidencio: sembrando odio separatista en el polvorín que es este país” se alcanzaba a leer en la pantalla del jugador.

     -Mira, a este punto es irrelevante si te creo o no... No queremos que la Selección Nacional se manche con toda la mierda que están lanzando en redes sociales. ¿Lo entiendes, verdad?...
     -Sí, ya sé, el prestigio lo es todo...- respondió el delantero
     -Entonces estarás de acuerdo que lo único que te queda es disculparte con la directiva de tu club y retirarte del fútbol, ¿No?... No te cierres las puertas, tal vez en unos años podrías ser entrenador o algún puesto directivo... Ya le escribieron al presidente de tu club, exigiendo que te despida...
     -Bueno, y ¿Cómo sabes todo eso?...
     -También me mandaron el correo a mí, firmado por varias asociaciones nacionalistas. Yo les he dicho que este será tu último partido. Lo siento, en verdad lo siento...- el director técnico se paró y abandonó los vestidores para irse a su puesto directivo en la cancha, luego de palmear la espalda del muchacho.

Él se encontraba totalmente desencajado y con la mirada fija al infinito. Simplemente no podía creer que su vida estuviera arruinada en el pico de su carrera, todo por el amarillismo de los medios de comunicación. Sí, había criticado -con sátira y sarcasmo- algunos métodos extremistas de políticas públicas serbets en redes sociales y algunas personas se lo habían tomado demasiado en serio comenzando a insultar y a amenazar, pero nunca pensó que todo esto escalara tan lejos. Finalmente la gente en internet insulta por las cosas más triviales. Pero quizás debió parar a tiempo o censurar a quienes tenían ese tipo de actitudes, es cierto. Hubiera... no hay una palabra más cruel y menos cuando ves tu carrera destruida.

El segundo tiempo comenzó con aún más frenesí. Patadas, codazos y empujones al por mayor. Atrás había quedado la magia serbet del juego bonito. Habían cambiado su juego de toques cortos y gambetas dignas de un ballet clásico por sendos guadañazos cada que perdían el balón. Las tribunas hacían gala de cánticos cada vez más ofensivos, batucadas que ya no cantaban para apoyar a su equipo si no para innsultar a los rivales y sus familiares; extensas expresiones de antideportivas que cada vez sólo se volvieron más incivilizadas con la caída del primer gol.

     -¡GOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOL... de Ströker!... al minuto 72 remata de tijera en un tiro de esquina... Un gol que viene a ponerle el primer clavo a la escuadra kurdistaní...
     -Los blancos no van a estar felices, eso sí...

De un lado, las gradas enloquecieron con pirotecnia azul, al ritmo de las tribales batucadas que aprovechaban el anonimato para intentar lanzar toda clase de proyectiles por encima de los granaderos y de la malla de seguridad. Una lluvia de vasos de cartón y plástico provenientes de ambos lados -llenos de todo tipo de líquidos- se estrellaban inútilmente en los cascos de los granaderos. Sin embargo, las fuerzas del orden fueron tolerantes y todavía aguantarían antes de lanzar los gases lacrimógenos por el bien del deporte.
Del otro lado, los fans blanquirrojos lanzaban toda clase de basura al campo, como queriendo descalabrar a los jugadores contrarios con vasos desechables y rollos de papel de baño, para vengarse por haberse puesto adelante en el marcador.

El director técnico maldecía a la defensa del equipo que no supo ganar el tiro de esquina y al portero que se abalanzó por el balón, pero en dirección contraria. Hizo una doble sustitución para al menos tener gente fresca y con la mente tranquila en la defensa para que no hicieran más grande la ventaja.

Las jugadas comenzaron a ser más violentas y desesperadas. Patadas y barridas por todos lados que ni el árbitro ni sus asistentes marcaban para no acrecentar la polémica en las tribunas. Un patadón por acá, otro jalón de camiseta por allá; jugadores que se hacían de palabras y se llamaban por toda clase de despectivos racistas; era la sucursal del infierno.

De pronto, en una jugada de rutina, un mediocampista azul, cansado y ya con poca visión de cómo despejar el balón y llevarlo a la ofensiva, le regresó el balón a los pies del portero, pero no puso cuidado a que Skinner estaba justo detrás de él, esperando el mínimo error y en cuanto el balón abandonó su botín, el blanquirrojo pegó la carrera tras el esférico.

     -Skinner, se quedó solo con el portero... ¡Se prepara para disparar!...

El portero se lanzó a los pies de su contrincante para intentar recuperar el balón, pero fue demasiado tarde. Skinner saltó con el balón entre los pies. Aunque el guardameta alcanzó a pescar el pie izquierdo de su rival, el balón ya había escapado y rodó lento pero seguro a cruzar la línea del gol, mientras que el delantero cayó de cara en el césped.

     -¡GOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOOL!... ¡Con este gol Skinner seguro se gana la titularidad!... ¡El público se vuelve loco y el partido aún no acaba!.

En las tribunas los blanquirrojos enloquecieron de júbilo encendiendo más pirotecnia, pero esta vez entintando el ambiente de rojo y de cantos cada vez más violentos, tanto que tuvieron que bajar el volumen para poder seguirlo transmitiendo por televisión abierta. El joven novato se levantó solo y se alejó de la portería cojeando ligeramente, haciendo señas a los camilleros que espraban en la banda lateral para indicar que sus servicios no serían necesarios. Al momento en el que el furioso portero sacó el balón del fondo de la red el reloj marcó los 90 minutos y el árbitro silbó el final del encuentro regular. Tendría que definirse todo en tiempos extra y si no, a la cardíaca ronda de penales.

Los aguadores y preparadores físicos saltaron a la cancha, una vez que ambos equipos cambiaron de portería. Algunos estiraban las cansadas y acalambradas piernas; otros recibían masajes y un buen trago de agua; cambiaron playeras totalmente empapadas de sudor por frescas y hasta el portero kurdistaní se puso de rodillas a orar en el marco de su portería. Por primera vez en todo el encuentro, el silencio de la expectación reinó entre los aficionados que miraban fijamente a sus favoritos.

El director técnico hablaba con los de la banca. Aún le quedaba una sustitución y les explicó que si el partido no se resolvía, la usaría en el segundo tiempo de alargue.

El árbitro silbó el inicio del primer tiempo extra y ambos equipos saltaron con renovados bríos durante la primera mitad. Habían dejado atrás el juego rudo ante la amenaza de quedarse con uno menos y se resolvían a pasear el balón por su propio pedazo del campo para intentar ver un error del contrario. Perdían el esférico e inmediatamente lo recuperaban. Los delanteros corrían intentando crear oportunidades de gol, pero los defensas contrarios siempre encontraban la manera de despejar. Sube y baja, ataca y defiende en un juego de nunca acabar. Emoción para mantener a los aficionados tranquilos y totalmente absortos a lo que ocurría en el césped. En la última jugada, como si fuera un deja vú, Skinner se volvió a quedar solo contra el portero serbet.

     -Skinner, Skinner, va por el segundo...

Y en eso, pasó algo que ni el portero pudo prever. Skinner apoyó todo su peso en el pie izquierdo y perfiló su pierna favorita hacia atrás para tirar un cañonazo, pero el tobillo falló y calló de espaldas con una flamante fractura expuesta de tobillo. Los ligamentos no aguantaron el estrés y, resentidos por la caída de su primer gol, cedieron en un crujido espantoso. El balón salió gentilmente del campo para un saque de meta que tardaría en suceder.
Los camilleros llegaron inmediatamente al área chica donde Skinner yacía retorciéndose de dolor y agarrando su pierna con ambas manos. Inmediatamente se lo llevaron en camilla hacia la enfermería.

Mauler se arrancó la corbata ante el estrés y se le desabotonaron los primeros botones de la camisa. De la bolsa de su pantalón sacó un pañuelo para limpiarse la perlada frente y avanzó con el juez de línea para indicarle que el número 10 entraría a sustituir a su caído número 11.

Fidencio se apresuró a quitarse la sudadera y el pants de entrenamiento, quedando con su amada camiseta, su short y sus estrambóticos tacos color gris con vivos en naranja. Sería poco lo que jugaría del primer tiempo extra, pero le serviría de entrenamiento para el segundo.

Logró, para sorpresa de nadie, abrirse paso ante sus adversarios dominados por el cansancio y los calambres; creó un peligroso intento de gol que dejó a los contrarios preguntándose si podrían aguantar la segunda mitad. El árbitro pitó y volvieron a entrar los preparadores físicos y los aguadores.

Fidencio se apartó de los demás a su propia portería, donde se unió al guardameta en su oración, ante la sorpresa de todos, quienes no sabían si de verdad había dejado de ser ateo, o sólo le pedía una intervención al altísimo para poder limpiar su nombre luego de lo publicado en internet.

Abrió el segundo tiempo extra y Fidencio hizo la diferencia de alguien que comienza una carrera en los últimos kilómetros contra quienes ya llevan casi terminado el maratón. Fusiló al portero 4 veces más, pero sus nervios de acero serbet nunca lo traicionaron, repeliendo cada uno de los tiros.

Finalmente le dieron una diagonal larga a Fidencio, se quitó a 2 defensas que miraron con locura cómo los dejaban atrás y disparó al ángulo opuesto donde lo esperaba el portero serbet, quien ni volviéndose superman podría haberlo detenido.

     -¡¡GOOOOOOOOOOOOL DE KURDISTÁN!!... ¡¡Faltando 2 minutos para el final del encuentro esto prácticamente se acabó!!- gritaron los narradores para la televisión abierta. Y luego el silencio forzado por las cámaras ante el caos.

Mientras Fidencio corría solitario -no, nadie se juntaría a celebrar con él, no fuera que ensuciaran su reputación- por el campo de los contrarios, señalando al cielo con ambos índices, los aficionados perdieron la razón y el civismo. Mientras pensaba en sus antepasados que seguramente lo veían desde el más allá y se levantaba la camiseta para besar el escudo de su pecho, empezaron a llover petardos tanto al campo de fútbol como entre los aficionados. El árbitro tuvo que silbar el final del encuentro mientras los granaderos contenían a la multitud que se deshacía en múltiples broncas, empanizadas de gas lacrimógeno. Fidencio terminó su frenética carrera y volvió a la realidad.

     -Ha sido un honor, hermano...- Se le quebró la voz mientras le tendía la mano al guardameta, con quien también había hecho equipo los últimos 4 años en el FC Microcosmos en su país natal.
     -El honor es mío- Le replicó el portero y lo abrazó, sabiendo que rompería en lágrimas y le acarició la cabeza con las manos ya desnudas.

Fidencio Sánz hizo una pequeña reverencia al poco público que aún conservaba la cordura, se quitó la camiseta, volteó a ver el cielo y se cubrió la cabeza y parte de la cara con ella. En parte para secarse el sudor y en parte para que no distinguieran sus lágrimas de lejos.

     -¡Oye, oye, oye....!, No te vayas, concédenos una entrevista...- Le jalonean los periodistas.
     -Yo creo que ya se dijo con los directivos todo lo que se tenía que decir- Responde el zurdo interpelado y se talla los ojos rojos con su sudorosa camiseta que ya lleva en la mano solamente.
     -Pero... la polémica...
     -Tú mejor que nadie sabe que la prensa puede exagerar cualquier nota con tal de exhibir y quemar a alguien. Todo sea por la política y por vender más diarios. Yo ya expliqué lo sucedido, adiós...- Y siguió caminando directo a la salida del estadio, cubriéndose la cara con los colores que tanto amó, defendió y respetó hasta el final. No por vergüenza, si no porque aún a estas alturas, detestaba que lo vieran llorar.

Caminó completamente ajeno a las trifulcas en las calles aledañas al estadio, indiferente a la premiación o al infierno que se hubiese desatado en el Nou Camp. Caminó apretando el paso hasta que logró conseguir un taxi.

     -¡Taxi!- El taxi frenó y se subió en la parte de atrás.
     -¿A donde vamos, joven?...
     -Al hotel Mayorazgo, por favor.
     -¡¡No... no puede ser... usted es el delantero del FC Microcosmos!!... Estuve viendo el partido por el celular. ¡Qué golazo acaba de anotar!. ¿Me firma un autógrafo antes de irnos?. ¿Sería mucho pedir una selfie?...

Aceptó y tuvo que fingir una sonrisa ante el lente de la cámara del celular del taxista para que avanzaran discretamente entre la noche. Sin fuerzas de hablar le dijo al hombre del volante que se encontraba muy cansado para evitar la plática y él lo respetó hasta que llegaron a su destino.

     -Servido, joven- la voz del ruletero lo sacó de sus cabilaciones como un balde de agua fría.

El deportista le extendió un billete grande que guardaba en el calcetín cada partido, como para resguardarse de cualquier emergencia.

     -No tengo cambio... le invito la dejada, tómelo como un regalo por habernos hecho felices a los fans
     -No, no, yo insisto, no importa, sólo quiero dormir.

El taxista tomó el billete maravillado y Fidencio se apresuró a su habitación, pidiendo la llave en la recepción: entre la conmoción había dejado sus cosas en el vestidor.
Subió a su habitación y tomó un duchazo. Se puso su playera vieja del FC Microcosmos -con la que había debutado 4 años atrás, firmada por todos sus demás compañeros y exentrenador - y subió a la azotea del hotel.

Estaba decidido a no vivir de otra cosa que no fuera su sueño. El fútbol lo era todo para él y no iba a darle gusto al morbo de la prensa de verlo desvanecerse en el anonimato o de conformarse con ser del cuerpo directivo de algún otro equipo. No iba a portar nunca otros colores que no fueran los suyos. Se iba a ir en sus propios términos. Así que se quitó la camiseta, besó el escudo por última vez y aferrándose a ella saltó de la terraza, con la certeza de que sería la última vez que despegaba los pies del suelo.



domingo, 15 de marzo de 2015

Los N-finales: Reconocimiento


-Mi padre era músico en la orquesta nacional. Aún cuando las cosas se empezaron a ir al demonio, hace un año, las dulces notas de su violín adornaban el ambiente lleno de miedos y desconfianza. Incluso en heladas tardes como esta, el recuerdo y no el frío, hacen que la sangre se me congele en las venas...

-¡No digas pendejadas, seguro que es efecto de la radiación de fondo...- Perkins contestó burlonamente y se rió de su compañero de patrulla, quien había conocido hace unas pocas horas.

-Ya, ya, ya... déjense de historias y pónganse los trajes NBQ, que los bajaremos en T menos 10.- Interrumpió el piloto del Helicarrier a ambos scouts que platicaban en la zona de decontaminación, dando órdenes a los novatos a través del intercomunicador en la pared.

-Entendido, Águila-uno, salimos a tu señal- Contestó Simons, mientras se colocaba el pesado traje de una sola pieza.

Perkins batallaba bastante para alinear su casco y sellarlo herméticamente con su traje monopieza pero con un poco de ayuda de su amigo Simons lograron activar los sistemas biométricos dentro de sus herméticos trajes. Calibraron bien sus visores con cámaras en tiempo real, y checaron un par de veces todo el equipo. No había espacio para error, pues al ser prisioneros de guerra, si la misión se complicaba, los superiores no dudarían en abandonarlos a su suerte.

-Simons, ¿Me escuchas?.- Escuchó Perkins por la bocina surround de su casco, reflejando perfectamente la dirección a la que se encontraba su compañero.

-Sí, Perkins, a la perfección- le contestó, confirmando que los sistemas de comunicación funcionaban correctamente entre ellos.

-¿Tienes miedo?... porque yo... yo no...

El helicarrier comenzó a descender en el perímetro de seguridad que habían establecido hacía algunos días, calculando el decaimiento del uranio presente en el ecosistema. En cuanto la aeronave aterrizó, la luz presente en la cámara de descontaminación cambió de rojo a verde con sus 6 LEDs repartidos en el techo, señal inequívoca de que había llegado el momento de salir al exterior. La pesada compuerta doble de plomo se abrió y ambos dieron un paso al frente, poniendo el pie donde nadie con vida lo había hecho en varias semanas.

-Muchachos. ¿Me escuchan?- Preguntó Águila-uno y ambos lo escucharon en sus interfaces dentro de sus respectivos cascos.
-Afirmativo- Contestaron casi al unísono, confirmando que todo funcionara a la perfección con el mando central dentro del vehículo.
-Muy bien, pasaremos por ustedes al punto Bravo a las 1800 horas. Eso les da un aproximado de 4 horas para barrer la zona. Ya saben: rescaten cualquier forma de vida que se encuentre con buena salud y fuerte, si la encuentran; o sacrifíquenlas con sus piolets en caso de encontrarles en mal estado. Es una misión de búsqueda, rescate y piedad.
-Lo sé, Águila-uno, nos veremos puntualmente, cambio y fuera- Contestó Simons, mientras Perkins sacaba el mapa de su mochila y comparaba la ruta con lo que quedaba de la ciudad.
-Que la fuerza los acompañe, probablemente encuentren ayuda en el camino, cambio y fuera muchachos...- Respondió Águila-uno, mientras despegaba el helicarrier.
Tendrían que ir por al menos 3 rondas más de exploradores para cubrir rutas diferentes, siempre enviándolos en parejas y con el menor equipo posible para evitar un posible amotinamiento.

Comenzaron a avanzar sobre la avenida principal que conectaba a la ciudad con el resto de la floreciente civilización recientemente exterminada. Edificios reblandecidos y en progresivo estado de deterioro se veían mientras avanzaban en el horizonte teñido de carmín y tonos cobalto bañados en una capa de polvo y cenizas.

-¿Sabes que hubiera preferido que me fusilaran a esto?... De haber sabido, me hubiera pegado un tiro en la sien antes de acceder a rendirme- Comentó Simons.
-¿Tú sabes que nos están grabando, verdad?... Si quieres seguir con vida tienes que ser prudente

Ambos habían servido en las fuerzas de Kurdistán algunos meses antes de la capitulación, aunque en diferentes pelotones. Ambos habían sido capturados como prisioneros de guerra por los Sorbets y como a muchos de ellos -los que no se les pudo imputar crímenes de lesa humanidad-, se les ofreció formar parte de los escuadrones de limpieza en misiones casi suicidas. Tenían que rescatar sobrevivientes de las ruinas en caso de encontrarlos, aunque en realidad no se habían encontrado más que un par de personas en muy mal estado que terminaron muriendo a la brevedad. Todos, incluso los altos mandos, sabían que esas misiones en realidad tenían como objetivo que el medio ambiente radioactivo terminara con ellos en una marejada de arcadas y convulsiones acompasadas con el zumbido de contadores Geiger.

Así, ambos avanzaron por las calles principales, sorteando gigantescas grietas en el pavimento, vehículos reducidos a montones de fierros oxidados y escombros. Poniendo ocasionalmente la misma grabación a todo volúmen en un sistema de audio portatil, cada que pasaban por un refugio nuclear indicado en el mapa. Ponerla en algún otro lado resultaría en una pérdida de baterías.

-Somos pelotones de búsqueda y rescate. Venimos en son de paz para rescatarlos. Repetimos: venimos en son de paz para rescatarlos. Si no cuentan con protección adecuada para salir al exterior, pueden contactarnos para regresar por ustedes con el material adecuado. Somos pelotones de búsqueda y rescate...

-Vámonos ya, esto es una pérdida de tiempo...- Perkins le llamó a su compañero, apagando el aparato de sonido, interrumpiendo el mensaje y dejando el leve pitar de sus contadores Geiger como único sonido.
-Lo sé, pero es lo que tenemos que hacer, nos quedan todavía 2 horas y vamos a más de la mitad...

Un golpeteo metálico muy fuerte cortó el silencio e interrumpió a Simons a media frase. Se quedaron viendo fijamente una fracción de segundo y esperaron a confirmar lo escuchado. Un segundo golpeteo, luego un tercero y se volvió un llamado claro y fuerte: había al menos una persona esperando ser rescatada entre las entrañas muertas de una ciudad que había sido borrada súbitamente de un dedazo.

Identificaron la fuente del sonido: era un hospital en relativo buen estado. Todos los cristales habían sido reducidos a añicos por la onda expansiva, así como las enormes puertas de cristal de la entrada principal, así que entraron ambos, codo a codo, al mismo tiempo. Simons llevaba una lámpara de mano en su izquierda y ambos habían enfundado sus piolets por si hacían falta.

-Viene del ascensor. ¿Lo escuchas?...- Perkins señaló la fuente del sonido, cada vez más frenético, probablemente al haberlos escuchado entrar.
-Sí, vamos a abrir las puertas.

Entre los 2 hicieron palanca con sus piolets para abrir las puertas del ascensor, que cedieron casi de inmediato, al estar cubiertas de óxido y debilitadas por la radiación.

Ningún entrenamiento militar pudo haberlos preparado para lo que vieron a continación. Un hombre extremadamente delgado, con apenas jirones de ropa, casi calvo y cubierto de tumores estaba golpeando las puertas del ascensor; a los lados, restos de cadáveres por doquier y todo manchado de sangre y heces fecales. Tampoco habían valorado el tener un traje totalmente sellado hasta ahora.

-Mierda, no...- Simons no pudo ni terminar la frase cuando aquella criatura superviviente de la radiación se le fue encima.

Perkins, intentando sobreponerse a la impresión inicial ajustó la lámpara de mano a un arnés de su traje y empuñó el piolet com ambas manos.

-¡HAMBRE!... ¡HAMBRE!... ¡HAMBRE!- Repetía frenéticamente aquél sujeto, golpeando y arañando el traje, subido en el pecho de Simons al haberlo derribado.
-¡AYUDA!

Perkins tomó vuelo y de un certero golpe penetró la nuca de aquél pobre individuo de un solo y certero golpe que lo derribó al momento. La sangre comenzaba a brotar grumosa, como si la espina dorsal le hubiera dejado de producir glóbulos rojos desde hace tiempo.

Entre los 2 quitaron el cadaver macilento de encima de Simons y él se incorporó, aún tembloroso y llorando ante la conmoción.

-Gracias, hermano... no sé cuanto más hubiera aguantado el visor, o el cable que conecta el tanque de oxígeno...
-Lo sé, estuvo cerca... vámonos de aquí, ¿Cuanto nos queda?...

Les quedaba menos de una hora para desafiar diez kilómetros de calles en ruínas a pie. Debían apurar el paso a la máxima velocidad o no esperarían por ellos. Al demonio volver a poner la grabación. El sistema de audio se quedaría muy bien resguardado en la mochila de Perkins.
En eso, se sintió un temblor muy fuerte que hizo oscilar violentamente el ascensor. No sabían qué estaba pasando y lo único que se le ocurrió a Perkins fue tirarse pecho a tierra, mientras que Simons quedó de pie, en una esquina de la pequeña y oxidada cabina. El temblor frenó, pero escucharon el peor chirrido de sus vidas y el ascensor se desplomó cayendo varios metros.

-¡Mierda!, vamos de mal en peor...- exclamó Perkins en cuanto terminó la caída- ¿Estás bien?...

Simons no contestó, así que se incorporó de un salto para ver qué pasaba. Iluminó con la linterna la esquina donde se econtraba su amigo y lo encontró hecho un bulto color olivo y carmesí. Respiraba pesado y se cubría la cara con las manos.

-Se... rompió... mi... visor...
-Tranquilo, voy por un repuesto... no respires

Era verdad, habían empacado 2 cascos completos de respuesto en cada mochila, en caso de encontrar supervivientes en mal estado, así que Perkins abrió su mochila sólo para encontrar los visores de ambos repuesto totalmente destrozados. Repitió la operación con la otra mochila para obtener la misma desgarradora sorpresa.

-¡Maldita sea!, Todos los cascos están destruídos...

Se acercó a su amigo para valorar el origen de la sangre e intentar confortarlo en los últimos minutos de una muerte segura. Se le había perforado el torax a la altura del hígado, probablemente con el piolet que aún colgaba de su mano izquierda lleno de sangre.

-Quiero... vivir... no... es... jus... to- alcanzó a comentarle entre pesadas exhalaciones a su amigo mientras le extendía la mano.

-Lo sé, lo sé, estoy contigo... no te dejaré...
-Tie... nes... que... seguir... es tar... de...
-Hermano, sólo descansa... ¿Tienes algo más que decir?...

En su mente pasaron mil cosas en unos breves segundos. Desde su más tierna infancia entre los campos de Kurdistán y los desayunos de fabada y café negro con sus padres; su primer día de escuela en su ciudad natal; las incontables veces que hizo examen para la universidad más prestigiosa de su país y cuando se dio por vencido y aplicó para cualquier otra; cuando se resignó a que su cerebro no daba para una carrera académica y se enlistó en la milicia para apoyar a la novia que había dejado embarazada en casa. Juntó todo el valor que había tenido en su vida y a pesar de la sangre que se le acumulaba a borbotones creando un desagradable sabor metálico en la boca, logró decir sus últimas palabras.

-Car... ta... do... cu... men... tos...
-¿Donde, hermano?, ¿A quien?...
-Bol... si... llo... iz... quier... da...- Su voz era cada vez más queda

Perkins escarbó en el bolsillo izquierdo de Simons para encontrar una hoja de cuaderno de doble raya doblada como la suelen doblar los niños que juegan a mandar cartitas de amor en el instituto.

-¿Es esta?... ¿Ahí está todo?...
-Sí...
-Descuída, hermano, me haré cargo.

Simons dio su último aliento y se quedó con los ojos abiertos, como quien muere esperando ver a los ángeles descender sobre sí, pero con un rostro invadido de una increíble serenidad pese a su sufrimiento. La sangre coagulada le adornaba las comisuras, aplicándole un fúnebre labial póstumo.

-Buenas noches, dulce príncipe...- Soltó su mano y posó la inerte mano de su amigo en su pecho vacío, le cerró los ojos y se incorporó.

Perkins se guardó bien la carta en el bolsillo izquierdo de su traje, tomó la identificación personal que colgaba del cuello de su amigo, se puso su mochila en la espalda y tomó ambos piolets para subir escalando hasta el par de puertas que habían abierto ambos en la planta baja.

Corrió como nunca porque faltaban minutos para que el helicarrier llegara al punto de extracción designado, pero al final llegó a tiempo y encendió la bengala que le indicaría su posición exacta a Águila-uno para que descendiera.

La gran aeronave aterrizó sobre el pavimento resquebrajado y abrió las compuertas, a donde entró Perkins con premura. Se quitó el casco y los aspersores limpiaron el traje que después procedió a quitarse para abandonar la recámara de descontaminación. A pesar de quedarse en ropa interior, no olvidó la carta de su amigo, que se guardó en un calcetín.

-Soldado raso de reconocimiento, Johan Perkins, reportándose, Águila-uno. Simons ha caído en combate- se cuadró ante su superior y piloto de la nave y luego le extendió la identificación metálica que colgaba del cuello de su amigo apenas un par de horas antes.

Águila-uno extendió la mano y guardó la placa.

-Es una lástima... ¿Cómo pasó?...
-Digamos que se lo comieron los gatos- Aludiendo a un chiste local entre la población de Kurdistán, refiriéndose a una persona que había sufrido una muerte violenta y poco esperada.
-Muy gracioso...
-Revisa la grabación. Yo no regresaría aquí por nada. Declaren la ruta desierta... no creo que ningún otro equipo de reconocimiento vaya a encontrar algo agradable...

Perkins se fue a la pequeña barraca y subió a la litera que compartía con Simons, y por vez primera tomaría la cama de arriba en su honor. Las otras 3 estuvieron desocupadas desde la ida y no sabía si se fueran a ocupar durante el trayecto en alguna escala.

-Pobre tipo, me agradaba...- murmuró para sí, mientras desdoblaba la carta que tanto le había preocupado a su amigo.

-Amada mía
Si recibes esta carta es porque morí en combate. Sabes que no dejaría desamparado a nuestro hijo ni a tí. El número del seguro es 579391-657359270946540-1221067867. Tú eres la beneficiaria y el seguro los cubre a los dos, por lo menos hasta que él cumpla la mayoría de edad.
Te ama,
Sigmund

-Demonios, hasta ahora me entero de su nombre...- Rió despreocupadamente, mientras se hacía la promesa mental de dar con su mujer en cuanto regresara a casa.

No le costó mucho trabajo encontrarla. Preguntando a sus superiores y con el número del seguro dió con la amada de Simons, cuyo nombre era Amada Slither (¿Quién le pone Amada a su hija?... en fin). Desgraciadamente (o afortunadamente para ella), en cuanto él se enlistó en el ejército, ella lo dejó por un tipo que conoció en un bar durante una fiesta, quien era un vividor, pero aceptó el rol de padre para el pequeño Hugo Simons Slither; y vivieron del seguro 579391-657359270946540-1221067867, felices por casi 2 décadas.



viernes, 6 de marzo de 2015

Apología al linchamiento público

El verdadero enemigo está ahí, bien escondido. En las manos cobardes que recorren las nalgas, las entrepiernas y los senos ajenos en plena hora pico entre la multitud de un transporte público. Está en ese que lo ve y se sabe cómplice de una "picardía mexicana" al no decir nada y hasta tener el descaro de celebrar el acto con el culpable cuando nadie los ve. "Bien hecho, cabrón, estaba bien sabrosa" se dicen al oído en una hermandad de porquería, siendo ambos hijos bien saludables del sistema más enfermo que haya existido entre sociedades de primates bípedos.

El verdadero demonio es el cabrón que te ve por la calle y te saluda como el ciudadano ejemplar que dice ser, pero los viernes de parranda (y lus jueves de dominó, cómo no) sale con sus amigotes por unos tragos y luego unas prostitutas (a quienes tratarán como seres sub-humanos, por supuesto) para llegar a casa envalentonado y furioso en un mar de frustraciones personales de espuma color ambar, para sacárselas a golpes a una esposa abnegada que no dice nada por "proteger" su familia y que sus hijos crezcan con una figura paterna que más tarde replicarán, trago a trago y puñetazo a puñetazo. Y que para colmo sellará todos los destinos con flores y con un "perdona, mi amor, te lo juro que no lo vuelvo a hacer, pero no vayas a rajar".

El verdadero enfermo antisocial es el que abusa de su poder para violar (sí, así, con todas sus letras y sin metáforas para disfrazarlo) y matar a mujeres o niñas. Que se cree dueño de cuerpos y almas de quien sea. Que puede ahogar sueños y destrozar vidas sólo "porque puede" (y a huevo que puede, porque siempre habrá quien meta las manos al fuego o quien por una jugosa cantidad de dinero o un cargo político le cubra las espaldas).

El verdadero traidor es quien promete y regala despensas y playeras y utencilios de cocina y cuanta baratija tricolor se ponga enfrente para luego apoyar un sistema legal igual o peor de corrupto y tendencioso que él. Sí, ese sistema que apoya a los enfermos antisociales y que fomenta la no-denuncia, que te invita a cerrar la boca ante la impotencia de un sistema que le va a dar carpetazo a tu denuncia.

La verdadera pesadilla es un estado fallido, no el ciudadano de a pie que puede o no estar de acuerdo al 100% con lo que piensas. Eso es lo que se debe castigar en su justa medida, no a alguien que lanza una crítica a algo que no le parece (como decir que ser heterosexual te hace feminicida o ser hombre te hace violador en potencia).