domingo, 15 de marzo de 2015

Los N-finales: Reconocimiento


-Mi padre era músico en la orquesta nacional. Aún cuando las cosas se empezaron a ir al demonio, hace un año, las dulces notas de su violín adornaban el ambiente lleno de miedos y desconfianza. Incluso en heladas tardes como esta, el recuerdo y no el frío, hacen que la sangre se me congele en las venas...

-¡No digas pendejadas, seguro que es efecto de la radiación de fondo...- Perkins contestó burlonamente y se rió de su compañero de patrulla, quien había conocido hace unas pocas horas.

-Ya, ya, ya... déjense de historias y pónganse los trajes NBQ, que los bajaremos en T menos 10.- Interrumpió el piloto del Helicarrier a ambos scouts que platicaban en la zona de decontaminación, dando órdenes a los novatos a través del intercomunicador en la pared.

-Entendido, Águila-uno, salimos a tu señal- Contestó Simons, mientras se colocaba el pesado traje de una sola pieza.

Perkins batallaba bastante para alinear su casco y sellarlo herméticamente con su traje monopieza pero con un poco de ayuda de su amigo Simons lograron activar los sistemas biométricos dentro de sus herméticos trajes. Calibraron bien sus visores con cámaras en tiempo real, y checaron un par de veces todo el equipo. No había espacio para error, pues al ser prisioneros de guerra, si la misión se complicaba, los superiores no dudarían en abandonarlos a su suerte.

-Simons, ¿Me escuchas?.- Escuchó Perkins por la bocina surround de su casco, reflejando perfectamente la dirección a la que se encontraba su compañero.

-Sí, Perkins, a la perfección- le contestó, confirmando que los sistemas de comunicación funcionaban correctamente entre ellos.

-¿Tienes miedo?... porque yo... yo no...

El helicarrier comenzó a descender en el perímetro de seguridad que habían establecido hacía algunos días, calculando el decaimiento del uranio presente en el ecosistema. En cuanto la aeronave aterrizó, la luz presente en la cámara de descontaminación cambió de rojo a verde con sus 6 LEDs repartidos en el techo, señal inequívoca de que había llegado el momento de salir al exterior. La pesada compuerta doble de plomo se abrió y ambos dieron un paso al frente, poniendo el pie donde nadie con vida lo había hecho en varias semanas.

-Muchachos. ¿Me escuchan?- Preguntó Águila-uno y ambos lo escucharon en sus interfaces dentro de sus respectivos cascos.
-Afirmativo- Contestaron casi al unísono, confirmando que todo funcionara a la perfección con el mando central dentro del vehículo.
-Muy bien, pasaremos por ustedes al punto Bravo a las 1800 horas. Eso les da un aproximado de 4 horas para barrer la zona. Ya saben: rescaten cualquier forma de vida que se encuentre con buena salud y fuerte, si la encuentran; o sacrifíquenlas con sus piolets en caso de encontrarles en mal estado. Es una misión de búsqueda, rescate y piedad.
-Lo sé, Águila-uno, nos veremos puntualmente, cambio y fuera- Contestó Simons, mientras Perkins sacaba el mapa de su mochila y comparaba la ruta con lo que quedaba de la ciudad.
-Que la fuerza los acompañe, probablemente encuentren ayuda en el camino, cambio y fuera muchachos...- Respondió Águila-uno, mientras despegaba el helicarrier.
Tendrían que ir por al menos 3 rondas más de exploradores para cubrir rutas diferentes, siempre enviándolos en parejas y con el menor equipo posible para evitar un posible amotinamiento.

Comenzaron a avanzar sobre la avenida principal que conectaba a la ciudad con el resto de la floreciente civilización recientemente exterminada. Edificios reblandecidos y en progresivo estado de deterioro se veían mientras avanzaban en el horizonte teñido de carmín y tonos cobalto bañados en una capa de polvo y cenizas.

-¿Sabes que hubiera preferido que me fusilaran a esto?... De haber sabido, me hubiera pegado un tiro en la sien antes de acceder a rendirme- Comentó Simons.
-¿Tú sabes que nos están grabando, verdad?... Si quieres seguir con vida tienes que ser prudente

Ambos habían servido en las fuerzas de Kurdistán algunos meses antes de la capitulación, aunque en diferentes pelotones. Ambos habían sido capturados como prisioneros de guerra por los Sorbets y como a muchos de ellos -los que no se les pudo imputar crímenes de lesa humanidad-, se les ofreció formar parte de los escuadrones de limpieza en misiones casi suicidas. Tenían que rescatar sobrevivientes de las ruinas en caso de encontrarlos, aunque en realidad no se habían encontrado más que un par de personas en muy mal estado que terminaron muriendo a la brevedad. Todos, incluso los altos mandos, sabían que esas misiones en realidad tenían como objetivo que el medio ambiente radioactivo terminara con ellos en una marejada de arcadas y convulsiones acompasadas con el zumbido de contadores Geiger.

Así, ambos avanzaron por las calles principales, sorteando gigantescas grietas en el pavimento, vehículos reducidos a montones de fierros oxidados y escombros. Poniendo ocasionalmente la misma grabación a todo volúmen en un sistema de audio portatil, cada que pasaban por un refugio nuclear indicado en el mapa. Ponerla en algún otro lado resultaría en una pérdida de baterías.

-Somos pelotones de búsqueda y rescate. Venimos en son de paz para rescatarlos. Repetimos: venimos en son de paz para rescatarlos. Si no cuentan con protección adecuada para salir al exterior, pueden contactarnos para regresar por ustedes con el material adecuado. Somos pelotones de búsqueda y rescate...

-Vámonos ya, esto es una pérdida de tiempo...- Perkins le llamó a su compañero, apagando el aparato de sonido, interrumpiendo el mensaje y dejando el leve pitar de sus contadores Geiger como único sonido.
-Lo sé, pero es lo que tenemos que hacer, nos quedan todavía 2 horas y vamos a más de la mitad...

Un golpeteo metálico muy fuerte cortó el silencio e interrumpió a Simons a media frase. Se quedaron viendo fijamente una fracción de segundo y esperaron a confirmar lo escuchado. Un segundo golpeteo, luego un tercero y se volvió un llamado claro y fuerte: había al menos una persona esperando ser rescatada entre las entrañas muertas de una ciudad que había sido borrada súbitamente de un dedazo.

Identificaron la fuente del sonido: era un hospital en relativo buen estado. Todos los cristales habían sido reducidos a añicos por la onda expansiva, así como las enormes puertas de cristal de la entrada principal, así que entraron ambos, codo a codo, al mismo tiempo. Simons llevaba una lámpara de mano en su izquierda y ambos habían enfundado sus piolets por si hacían falta.

-Viene del ascensor. ¿Lo escuchas?...- Perkins señaló la fuente del sonido, cada vez más frenético, probablemente al haberlos escuchado entrar.
-Sí, vamos a abrir las puertas.

Entre los 2 hicieron palanca con sus piolets para abrir las puertas del ascensor, que cedieron casi de inmediato, al estar cubiertas de óxido y debilitadas por la radiación.

Ningún entrenamiento militar pudo haberlos preparado para lo que vieron a continación. Un hombre extremadamente delgado, con apenas jirones de ropa, casi calvo y cubierto de tumores estaba golpeando las puertas del ascensor; a los lados, restos de cadáveres por doquier y todo manchado de sangre y heces fecales. Tampoco habían valorado el tener un traje totalmente sellado hasta ahora.

-Mierda, no...- Simons no pudo ni terminar la frase cuando aquella criatura superviviente de la radiación se le fue encima.

Perkins, intentando sobreponerse a la impresión inicial ajustó la lámpara de mano a un arnés de su traje y empuñó el piolet com ambas manos.

-¡HAMBRE!... ¡HAMBRE!... ¡HAMBRE!- Repetía frenéticamente aquél sujeto, golpeando y arañando el traje, subido en el pecho de Simons al haberlo derribado.
-¡AYUDA!

Perkins tomó vuelo y de un certero golpe penetró la nuca de aquél pobre individuo de un solo y certero golpe que lo derribó al momento. La sangre comenzaba a brotar grumosa, como si la espina dorsal le hubiera dejado de producir glóbulos rojos desde hace tiempo.

Entre los 2 quitaron el cadaver macilento de encima de Simons y él se incorporó, aún tembloroso y llorando ante la conmoción.

-Gracias, hermano... no sé cuanto más hubiera aguantado el visor, o el cable que conecta el tanque de oxígeno...
-Lo sé, estuvo cerca... vámonos de aquí, ¿Cuanto nos queda?...

Les quedaba menos de una hora para desafiar diez kilómetros de calles en ruínas a pie. Debían apurar el paso a la máxima velocidad o no esperarían por ellos. Al demonio volver a poner la grabación. El sistema de audio se quedaría muy bien resguardado en la mochila de Perkins.
En eso, se sintió un temblor muy fuerte que hizo oscilar violentamente el ascensor. No sabían qué estaba pasando y lo único que se le ocurrió a Perkins fue tirarse pecho a tierra, mientras que Simons quedó de pie, en una esquina de la pequeña y oxidada cabina. El temblor frenó, pero escucharon el peor chirrido de sus vidas y el ascensor se desplomó cayendo varios metros.

-¡Mierda!, vamos de mal en peor...- exclamó Perkins en cuanto terminó la caída- ¿Estás bien?...

Simons no contestó, así que se incorporó de un salto para ver qué pasaba. Iluminó con la linterna la esquina donde se econtraba su amigo y lo encontró hecho un bulto color olivo y carmesí. Respiraba pesado y se cubría la cara con las manos.

-Se... rompió... mi... visor...
-Tranquilo, voy por un repuesto... no respires

Era verdad, habían empacado 2 cascos completos de respuesto en cada mochila, en caso de encontrar supervivientes en mal estado, así que Perkins abrió su mochila sólo para encontrar los visores de ambos repuesto totalmente destrozados. Repitió la operación con la otra mochila para obtener la misma desgarradora sorpresa.

-¡Maldita sea!, Todos los cascos están destruídos...

Se acercó a su amigo para valorar el origen de la sangre e intentar confortarlo en los últimos minutos de una muerte segura. Se le había perforado el torax a la altura del hígado, probablemente con el piolet que aún colgaba de su mano izquierda lleno de sangre.

-Quiero... vivir... no... es... jus... to- alcanzó a comentarle entre pesadas exhalaciones a su amigo mientras le extendía la mano.

-Lo sé, lo sé, estoy contigo... no te dejaré...
-Tie... nes... que... seguir... es tar... de...
-Hermano, sólo descansa... ¿Tienes algo más que decir?...

En su mente pasaron mil cosas en unos breves segundos. Desde su más tierna infancia entre los campos de Kurdistán y los desayunos de fabada y café negro con sus padres; su primer día de escuela en su ciudad natal; las incontables veces que hizo examen para la universidad más prestigiosa de su país y cuando se dio por vencido y aplicó para cualquier otra; cuando se resignó a que su cerebro no daba para una carrera académica y se enlistó en la milicia para apoyar a la novia que había dejado embarazada en casa. Juntó todo el valor que había tenido en su vida y a pesar de la sangre que se le acumulaba a borbotones creando un desagradable sabor metálico en la boca, logró decir sus últimas palabras.

-Car... ta... do... cu... men... tos...
-¿Donde, hermano?, ¿A quien?...
-Bol... si... llo... iz... quier... da...- Su voz era cada vez más queda

Perkins escarbó en el bolsillo izquierdo de Simons para encontrar una hoja de cuaderno de doble raya doblada como la suelen doblar los niños que juegan a mandar cartitas de amor en el instituto.

-¿Es esta?... ¿Ahí está todo?...
-Sí...
-Descuída, hermano, me haré cargo.

Simons dio su último aliento y se quedó con los ojos abiertos, como quien muere esperando ver a los ángeles descender sobre sí, pero con un rostro invadido de una increíble serenidad pese a su sufrimiento. La sangre coagulada le adornaba las comisuras, aplicándole un fúnebre labial póstumo.

-Buenas noches, dulce príncipe...- Soltó su mano y posó la inerte mano de su amigo en su pecho vacío, le cerró los ojos y se incorporó.

Perkins se guardó bien la carta en el bolsillo izquierdo de su traje, tomó la identificación personal que colgaba del cuello de su amigo, se puso su mochila en la espalda y tomó ambos piolets para subir escalando hasta el par de puertas que habían abierto ambos en la planta baja.

Corrió como nunca porque faltaban minutos para que el helicarrier llegara al punto de extracción designado, pero al final llegó a tiempo y encendió la bengala que le indicaría su posición exacta a Águila-uno para que descendiera.

La gran aeronave aterrizó sobre el pavimento resquebrajado y abrió las compuertas, a donde entró Perkins con premura. Se quitó el casco y los aspersores limpiaron el traje que después procedió a quitarse para abandonar la recámara de descontaminación. A pesar de quedarse en ropa interior, no olvidó la carta de su amigo, que se guardó en un calcetín.

-Soldado raso de reconocimiento, Johan Perkins, reportándose, Águila-uno. Simons ha caído en combate- se cuadró ante su superior y piloto de la nave y luego le extendió la identificación metálica que colgaba del cuello de su amigo apenas un par de horas antes.

Águila-uno extendió la mano y guardó la placa.

-Es una lástima... ¿Cómo pasó?...
-Digamos que se lo comieron los gatos- Aludiendo a un chiste local entre la población de Kurdistán, refiriéndose a una persona que había sufrido una muerte violenta y poco esperada.
-Muy gracioso...
-Revisa la grabación. Yo no regresaría aquí por nada. Declaren la ruta desierta... no creo que ningún otro equipo de reconocimiento vaya a encontrar algo agradable...

Perkins se fue a la pequeña barraca y subió a la litera que compartía con Simons, y por vez primera tomaría la cama de arriba en su honor. Las otras 3 estuvieron desocupadas desde la ida y no sabía si se fueran a ocupar durante el trayecto en alguna escala.

-Pobre tipo, me agradaba...- murmuró para sí, mientras desdoblaba la carta que tanto le había preocupado a su amigo.

-Amada mía
Si recibes esta carta es porque morí en combate. Sabes que no dejaría desamparado a nuestro hijo ni a tí. El número del seguro es 579391-657359270946540-1221067867. Tú eres la beneficiaria y el seguro los cubre a los dos, por lo menos hasta que él cumpla la mayoría de edad.
Te ama,
Sigmund

-Demonios, hasta ahora me entero de su nombre...- Rió despreocupadamente, mientras se hacía la promesa mental de dar con su mujer en cuanto regresara a casa.

No le costó mucho trabajo encontrarla. Preguntando a sus superiores y con el número del seguro dió con la amada de Simons, cuyo nombre era Amada Slither (¿Quién le pone Amada a su hija?... en fin). Desgraciadamente (o afortunadamente para ella), en cuanto él se enlistó en el ejército, ella lo dejó por un tipo que conoció en un bar durante una fiesta, quien era un vividor, pero aceptó el rol de padre para el pequeño Hugo Simons Slither; y vivieron del seguro 579391-657359270946540-1221067867, felices por casi 2 décadas.



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